"TU ME HAS SEDUCIDO, SEÑOR, Y YO ME DEJE SEDUCIR”


TU ME HAS SEDUCIDO, SEÑOR, Y YO ME DEJE SEDUCIR” Jer 20, 7

Muchas veces el llamado que Dios hace al hombre es muy cuestionante, incluso por el mismo vocacionado, que en diferentes circunstancias se siente asombrado por el misterio que envuelve su vocación. Hay miles de interrogantes que nos hacemos al caminar con miras a dar respuesta a una inquietud vocacional que hay en nuestro corazón.
Las preguntas más frecuentes son: vale la pena dejarlo todo por seguir este impulso o llama que arde en nuestro corazón? Qué realmente quiere Dios de mí? Será este el camino correcto? O también es muy frecuente interrogar al Señor con estas preguntas como: Por qué a mí, si hay miles de jóvenes mejores que yo? O tal vez, Señor, no soy nada, sólo un pecador, qué quieres que haga por Ti? Inclusive el salmo 8 verso 5 interroga, qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te ocupes de él? Pues bien, el Señor, el dueño de nuestra vocación, también sabe responder y lo hace con la Palabra Revelada, que es acción creadora de Dios, que penetra hasta el fondo del corazón del hombre y lo mueve hacia la búsqueda de la felicidad.
Continuando esta reflexión considero, primero, que somos llamados por ser imágenes y semejanzas de Dios (Gn 1,26); es con este gesto de amor que Él nos invita a testimoniar esa imagen de Padre bondadoso. En segundo lugar y basándome en el texto de Jeremías 1,5, porque Él nos “conoce desde antes de formarnos en el vientre materno”. En tercer lugar porque Él mismo “llamó a los que quiso” (Mc 3,13), es decir el Señor no llama a los más intelectuales, a los mejores, ni a los más capacitados sino que capacita a los que llamó; y, es más, tampoco le importa la condición económica del hombre o el estatus social, ni siquiera el hecho mismo de ser pecador, pues a Él lo único que interesa es hacernos sus discípulos. Y al hacernos sus discípulos encontramos un cuarto aspecto reflejado en el evangelio de Juan “ya no os llamo siervos sino amigos” (15,15), y no nos llama a ser cualquier clase de amigos sino los mejores amigos porque nos da a conocer (revela) todo lo que le escuchó al Padre.
Pero esta amistad y esta revelación no vienen solas sino que van acompañadas de un quinto aspecto, la misión: el Señor envía a sus discípulos “Id por todo el mundo proclamando la Buena Noticia” (Mc 16,5); al final del recorrido encontramos el envío evangélico.
En síntesis, la vocación es un llamado de Dios el cual dota al hombre de talentos y carismas, le revela los secretos del Padre, lo hace su amigo y posteriormente lo envía como mensajero a hacer discípulos en su Nombre.
“Presente aunque Oculto, siempre vivo y actuante en nosotros”, ese es Jesucristo, quien se hace nuestro Camino, quien con la gracia de su Espíritu nos comunica su Verdad y nos enriquece con su Vida.

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